sábado, 14 de junio de 2025

EFECTOS DE LA CRUZ



                    Encontrándome no poco sufriente, mi adorable Jesús al venir toda me compadecía y me ha dicho: “Hija Mía, ¿qué tienes que sufres tanto?. Déjame aliviarte un poco”. Y (pero Jesús estaba más sufriente que yo) así me ha dado un beso, y como estaba crucificado me atrajo fuera de mí misma y ha puesto mis manos en las Suyas, mis pies en los Suyos, mi cabeza apoyaba sobre la Suya y la Suya sobre la mía. ¡Cómo estaba contenta al encontrarme en esta posición!. Si bien los clavos y las espinas de Jesús me causaban dolor, eran dolores que me daban alegría porque eran sufridos por amor a mi Amado Bien; es más, hubiera querido que aumentaran. 

                    También Jesús parecía contento de mí porque me tenía en aquel modo atraída a Él. Me parecía que Jesús me consolaba y yo era consuelo para Él. Entonces, en esta posición hemos salido fuera, y habiendo encontrado al Confesor, enseguida pedí por sus necesidades y le he dicho al Señor que se dignara hacer oír al Confesor cómo es dulce y suave Su voz. Jesús para contentarme se dirigió a él y le habló de la Cruz diciéndole: “La Cruz absorbe en el alma Mi Divinidad, la asemeja a Mi Humanidad y copia en sí misma Mis mismas obras”. 

                    Después hemos continuado girando otro poco y, ¡oh, cuántas escenas dolorosas que traspasaban el alma de lado a lado!. Las graves iniquidades de los hombres, que ni siquiera se doblegan ante la Justicia, al contrario, se arrojan con mayor furor, como si quisieran dar dobles heridas por cada herida, y la gran miseria que ellos mismos se están preparando. Entonces, con suma amargura nuestra nos hemos retirado; Jesús ha desaparecido y yo me he encontrado en mí misma.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 14 de Junio de 1900



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