Continuando mi estado de aflicción y de pérdida de mi Bendito Jesús, estaba según mi costumbre toda ocupada en mi interior en Las Horas de la Pasión, justo en la hora en la que Jesús carga el pesado madero de la Cruz.
Todo el mundo me estaba presente: presente, pasado y futuro, mi fantasía parecía que viera todas las culpas de todas las generaciones que prensaban y casi aplastaban al benigno Jesús, así que la Cruz no era otra cosa que una brizna de paja, una sombra de peso en comparación con el peso de todos los pecados; yo trataba de estrecharme a Jesús y decía: “Mira mi vida, mi bien, estoy yo a nombre de todos ellos. ¿Ves cuántas olas de blasfemias?. Y yo para repararte Te bendigo por todos. ¿Ves cuántas olas de amarguras, de odios, de desprecios, de ingratitudes, de poquísimo amor?. Y yo quiero endulzarte por todos, amarte por todos, agradecerte, adorarte, honrarte por todos, pero mis reparaciones son frías, mezquinas, finitas; Tú que eres el ofendido eres Infinito, por lo que también mis reparaciones, mi amor, quiero hacerlos infinitos, y para hacerlos infinitos, inmensos, interminables, me uno a Ti, con Tu misma Divinidad, es más, junto con el Padre y con el Espíritu Santo y Te bendigo con vuestras bendiciones, Te amo con Vuestro Amor, Te endulzo con vuestras mismas dulzuras, Te honro, Te adoro como hacéis entre las Divinas Personas”.
¿Pero quién puede decir todos los desatinos que decía?. No terminaría jamás si lo quisiera decir todo. Cuando me encuentro en Las Horas de la Pasión, siento que junto con Jesús yo también abrazara la inmensidad de Su obrar, y por todos y por cada uno glorifico a Dios, reparo, impetro por todos, y por eso el decirlo todo me resulta difícil.
Entonces, mientras esto hacía, el pensamiento me ha dicho: “Piensas en los pecados de los demás, ¿y los tuyos?. Piensa en ti, repara por ti”. Así que traté de pensar en mis males, en mis grandes miserias, en las privaciones de Jesús, que son causa de mis pecados, y distrayéndome de las cosas acostumbradas de mi interior lloraba mi gran desventura. Mientras estaba en esto, mi siempre amable Jesús se ha movido en mi interior, y con voz sensible me ha dicho:
“¿Quieres tú juzgarte?. El obrar de tu interior no es tuyo, sino Mío, tú no haces otra cosa que seguirme, el resto lo hago todo por Mí. El pensamiento de ti misma lo debes quitar, no debes hacer otra cosa que lo que quiero Yo, y Yo pensaré en tus males y en tus bienes. ¿Quién puede hacerte más bien, tú o Yo?”.
Y mostraba que se disgustaba. Entonces me he puesto a seguirlo, pero poco después, llegando a otro punto del camino del Calvario, en el cual más que nunca me internaba en las diversas intenciones de Jesús, el pensamiento me ha dicho: “No sólo debes quitar el pensamiento de santificarte, sino también el de salvarte, ¿no ves que por ti misma no eres buena para nada?. ¿En qué te aprovechará hacer por los demás?”.
Yo dirigiéndome a Jesús le he dicho: “Jesús mío, ¿Tu Sangre no es para mí, Tus penas, Tu Cruz?. He sido tan mala que habiéndolas pisoteado bajo mis pies con mis culpas, Tú tal vez las has agotado para mí, ah, perdóname, pero si no quieres perdonarme déjame Tu Querer y estaré contenta, Tu Voluntad es todo para mí; he quedado sola sin Ti, y sólo Tú puedes conocer la pérdida que he tenido, no tengo a nadie, las criaturas sin Ti me fastidian, me siento en esta cárcel de mi cuerpo como esclava en cadenas; al menos por piedad no me quites Tu Santo Querer”.
Y mientras esto pensaba me he distraído de nuevo de mi interior, y Jesús de nuevo me hizo oír Su voz, fuerte e imponente que decía: “¿No quieres terminar con eso?. ¿Quieres tú estropear Mi obra en ti?”.
Y no sé, pero como si hubiera puesto silencio en mi mente he tratado de seguirlo y de terminar con esos pensamientos.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 9, 4 de Octubre de 1909


No hay comentarios:
Publicar un comentario