Esta mañana Jesús seguía haciéndose ver en silencio, pero con un aspecto afligidísimo, y tenía clavada en la cabeza una tupida corona de espinas; mis potencias interiores las sentía en silencio y no se atrevían a decir una sola palabra; viendo que sufría mucho en la cabeza he extendido mis manos y poco a poco le he quitado la corona, pero, ¡qué acerbo espasmo sufría, cómo se abrían las heridas y la sangre corría a ríos! A decir verdad era cosa que desgarraba el alma.
Después de haberle quitado la corona de espinas la he puesto sobre mi cabeza, y Él mismo ayudaba a que penetrara bien, pero todo era silencio por ambas partes. Pero cuál ha sido mi asombro, porque poco después lo he mirado de nuevo y le estaban poniendo otra corona de espinas con las ofensas que le hacían. ¡Oh perfidia humana!. ¡Oh incomparable paciencia de mi Jesús, cuán grande eres!. Y Jesús callaba y casi no los veía para no saber quiénes eran sus ofensores.
Entonces de nuevo se la he quitado, y avivándose todas mis potencias interiores por una tierna compasión, le he dicho: “Amado Bien mío, dulce vida mía, ¿dime por qué no me dices nada?. No ha sido jamás Tu costumbre esconderme Tus secretos. ¡Ah!, hablemos un poco, así desahogaremos un poco el dolor y el amor que nos oprime”.
Y Él: “Hija Mía, tú eres el alivio en Mis penas. Sin embargo debes saber que no te digo nada porque tú Me obligas siempre a no castigar a las gentes, quieres oponerte a Mi Justicia, y si no hago como tú quieres quedas descontenta y Yo siento una pena de más, o sea el no tenerte contenta, así que para evitar disgustos por ambas partes mejor hago silencio”.
Y yo: “Mi buen Jesús, ¿acaso has olvidado cuánto sufres Tú mismo después de que has usado la Justicia?. El verte sufrir en las criaturas es lo que me decide a forzarte para que no castigues a la gente. Y además, ese ver a las mismas criaturas volverse contra Ti como tantas víboras venenosas, que si estuviera en su poder ya Te hubieran quitado la vida, porque se ven bajo Tus flagelos, y así irritan más Tu Justicia, no me da valor para decir Fiat Voluntas Tua”.
Y Él: “Mi Justicia no puede seguir más allá; Me siento herir por todos, por Sacerdotes, por devotos, por seglares, especialmente por el abuso de los Sacramentos: quien no les presta ninguna atención, agregando los desprecios; quienes frecuentándolos, de ellos hacen una plática de placer, y quien no estando satisfecho en sus caprichos, llega por esto a ofenderme. ¡Oh! cómo queda desgarrado Mi Corazón al ver reducidos los Sacramentos como aquellas cuadros pintados, o como aquellas estatuas de piedra que de lejos parecen vivas, pero si se acerca uno se comienza a descubrir el engaño; y entonces si se hace por tocarlas, ¿qué cosa se encuentra?. Papel, piedra, madera, objetos inanimados, y se queda desengañado del todo. Así son reducidos los Sacramentos, para la mayor parte no hay otra cosa que la sola apariencia y quedan más sucios que limpios.
Y además, el espíritu de interés que reina en los Religiosos, es para llorar, ¿no te parece que son todo ojos ahí donde hay una miserable ganancia, hasta llegar a envilecer su dignidad?. Pero donde no está el interés no tienen manos ni pies para moverse ni siquiera un poquito. Este espíritu de interés les llena tanto el interior, que desborda al exterior y hasta los mismos seglares sienten la peste, y escandalizados no tienen fe en sus palabras. ¡Ah sí, ninguno deja de ofenderme!; hay quien Me ofende directamente, y quien, pudiendo impedir tanto mal, no se preocupa en hacerlo, así que no tengo a quién dirigirme. Pero Yo los castigaré de manera de hacerlos inútiles, y a quién destruiré perfectamente, llegarán a tanto, que quedarán desiertas las iglesias, sin tener quien administre los Sacramentos”.
Interrumpiendo su decir, toda espantada he dicho: “Señor, ¿qué dices?. Si hay quienes abusan de los Sacramentos, también hay muchas hijas buenas que los reciben con las debidas disposiciones y sufren mucho si no los frecuentan”.
Y Él: “Demasiado escaso es su número, y además su pena por no poder recibirlos, servirá como una reparación a Mí y para ser víctimas por aquellos que abusan”.
¿Quién puede decir cómo he quedado herida por este hablar de Jesús Bendito?. Pero espero que quiera aplacarse por Su Infinita Misericordia.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 1 de Octubre de 1899


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