Habiendo pasado ayer una jornada de purgatorio por la privación casi total de mi sumo Bien, y por las tantas tentaciones que me ponía el Demonio, me parecía que cometía muchos pecados. ¡Oh Dios, qué pena el ofender a Dios!. Esta mañana, en cuanto vi a Jesús, rápidamente le he dicho: “Jesús bueno, perdóname los tantos pecados que hice ayer”. Y quería decirle todo el mal que sentía que había hecho.
Él, interrumpiéndome me ha dicho: “Si te haces desaparecer a ti misma, no cometerás pecados jamás”. Yo quería seguir hablando, pero Jesús haciéndome ver muchas almas devotas y mostrándome que no quería oír lo que le quería decir, ha continuado diciendo: “Lo que más Me disgusta de estas almas es la inestabilidad en hacer el bien, basta una pequeña cosa, un disgusto, aun un defecto, mientras que es entonces el tiempo más necesario para estrecharse más a Mí, éstas en cambio, se irritan, se molestan y dejan a medias el bien comenzado. Cuántas veces les he preparado gracias para dárselas, pero viéndolas tan inestables, he sido obligado a retenerlas”.
Después, conociendo que no quería saber nada de lo que quería decirle y viendo que mi Confesor estaba un poco mal en el cuerpo, he rogado largamente por él, y le hacía a Jesús varias preguntas que no es necesario decir aquí. Y Jesús, benignamente me ha respondido a todo y así ha terminado.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 19 de Junio de 1899
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