…recibía otras luces sobre la aniquilación de mí misma y me decía: "Tú no eres otra cosa que una sombra, que mientras quieres tomarla te huye, tú eres nada"
Yo me sentía tan aniquilada que habría querido esconderme en los más profundos abismos, pero me veía imposibilitada para hacerlo, sentía tal vergüenza que quedaba muda. Mientras estaba en este reconocimiento de mi nada, Él me decía: "Ponte junto a Mí, apóyate en Mi brazo, Yo te sostendré con Mis manos y tú recibirás fuerza. Tú estás ciega, pero Mi luz te servirá de guía. Mira, Me pondré delante y tú no harás otra cosa que mirarme para imitarme".
Después me decía: "La primera cosa que quiero que mortifiques es tu voluntad, aquel "yo" se debe destruir en ti, quiero que la tengas sacrificada como víctima ante Mí para hacer que de tu voluntad y de la Mía se forme una sola. ¿No estás contenta?".
"Sí Señor, pero dame la Gracia, porque veo que por mí nada puedo". Y Él continuaba diciéndome: "Sí, Yo mismo te contradiré en todo, y a veces por medio de las criaturas". Y sucedía así, por ejemplo: si en la mañana me despertaba y no me levantaba en seguida, la voz interna me decía: "Tú descansas, y Yo no tuve otro lecho que la Cruz, pronto, pronto, no tanta satisfacción".
Si caminaba y mi vista se iba un poco lejos, pronto me reprendía: "No quiero, tu vista no la alejes de ti más allá que la distancia de un paso a otro, para hacer que no tropieces".
Si me encontraba en el campo y veía flores, árboles, me decía: "Yo todo lo he creado por amor tuyo, tú priva a tu vista de este contento por amor Mío".
Aun en las cosas más inocentes y santas, como por ejemplo los ornamentos de los altares, las procesiones, me decía: "No debes tomar otro placer que en Mí solo".
Si mientras trabajaba estaba sentada, me decía: "Estás demasiado cómoda, ¿no te acuerdas que Mi Vida fue un continuo penar? ¿Y tú? ¿Y tú?".
Enseguida, para contentarlo me sentaba en la mitad de la silla y la otra mitad la dejaba vacía, y algunas veces en broma le decía: "Mira, oh Señor, la mitad de la silla está vacía, ven a sentarte junto a mí". Alguna vez me parecía que me contentaba, y sentía tanto gusto que yo misma no sé decirlo.
Algunas veces que estaba trabajando con lentitud y desganada me decía: "Pronto, apúrate, que el tiempo que ganarás apurándote vendrás a pasarlo junto Conmigo en la oración".
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, "Libro de Cielo",Volumen 1
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