Continúo quedando casi privada de mi dulce Jesús, mi vida desfallece por la pena, siento un tedio, un fastidio, un cansancio de la vida. Iba diciendo en mi interior: "¡Oh, cómo se ha prolongado mi exilio! ¡Qué felicidad sería la mía si pudiera desatar las ataduras de este cuerpo y así mi alma emprendería libre el vuelo hacia mi sumo Bien!"
Entonces un pensamiento me ha dicho: "¿Y si tú vas al Infierno?" Y yo, para no llamar al Demonio a combatirme, enseguida lo rechacé diciendo: "Pues bien, también desde el Infierno enviaré mis suspiros a mi dulce Jesús, también ahí quiero amarlo".
Mientras me encontraba en estos y otros pensamientos, que sería demasiada larga la historia si los dijera todos, el amable Jesús por poco tiempo se ha hecho ver, pero con un aspecto serio, y me ha dicho: "No ha llegado aún tu tiempo".
Después, con una luz intelectual me hacía comprender que en el alma todo debe estar ordenado. El alma posee muchos pequeños apartamentos donde cada virtud toma su lugar, y si bien se puede decir que una sola virtud contiene en sí a todas las demás, y que el alma poseyendo una sola, es cortejada por todas las otras virtudes; pero a pesar de esto todas son distintas entre ellas, tanto, que cada una tiene su lugar en el alma, y he aquí que todas las virtudes tienen su principio en el Misterio de la Sacrosanta Trinidad, que mientras es Una, son Tres Personas distintas, y mientras son Tres son Una.
Comprendía también que estos apartamentos en el alma, o están llenos de virtud o del vicio opuesto a aquella virtud, y si no está ni la virtud ni el vicio, quedan vacíos. A mí me parecía como una casa que contiene muchas habitaciones, todas vacías, o bien, una llena de serpientes, otra de fango, otra llena de algunos muebles cubiertos de polvo, otra oscura. ¡Ah Señor, sólo Tú puedes poner en orden mi pobre alma!.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 27 de Enero de 1900
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