Después de haber pasado días amarguísimos de privación, mi pobre corazón luchaba entre el temor de haberlo perdido y la esperanza de tal vez poderlo ver de nuevo. ¡Oh! Dios, qué guerra sangrienta ha debido sostener este mi pobre corazón; era tanta la pena que ahora se congelaba y ahora era exprimido como bajo una prensa y goteaba sangre.
Mientras me encontraba en este estado me he sentido cerca de mi dulce Jesús, que quitándome un velo que me impedía verlo, finalmente pude hacerlo. Enseguida le he dicho: “Ah Señor, ¿ya no me amas?”. Y Él: “Sí, sí, lo que te recomiendo es la correspondencia a Mi gracia, y para ser fiel debes ser como aquel eco que resuena dentro de un vacío, que no apenas comienza a emitirse la voz, inmediatamente, sin el mínimo retardo se escucha resonar el eco. Así tú, no apenas empieces a recibir Mi gracia, sin ni siquiera esperar a que la termine de dar, inmediatamente comienza el eco de tu correspondencia”.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 22 de Enero de 1900
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