Como en los días pasados mi amado Jesús se ha hecho ver en cierto modo enojado con el mundo, esta mañana al no verlo venir pensaba entre mí: “Quién sabe, quizá no viene porque quiere mandar algún castigo, ¿y qué culpa tengo yo de que como quiere mandar castigos no se digna venir a mí? Que bonita cosa, que mientras quiere castigar a los otros, me da a mí el más grande de los castigos, que es Su privación”.
Ahora, mientras decía estos y otros desatinos, mi amable Jesús apenas se hizo ver me ha dicho: “Hija Mía, tú formas para Mí el más grande martirio, porque debiendo mandar algún castigo no puedo estar contigo, porque Me atas por todas partes y no quieres que haga nada, y no viniendo, tú Me ensordeces con tus demandas, con tus lamentos y tus esperas, tanto, que mientras Me ocupo en castigar estoy obligado a pensar en ti, a oírte, y Mi Corazón es lacerado al verte en tu estado doloroso de Mi privación, porque el martirio más doloroso es el Martirio del Amor, y por cuanto más se aman dos personas, tanto más resultan dolorosas esas penas, que no por otros, sino por medio de ellos mismos se suscitan, por eso estate tranquila, calmada, no quieras acrecentar Mis penas por medio de tus penas”.
Entonces Él ha desaparecido y yo he quedado toda mortificada al pensar que yo formo el martirio de mi amado Jesús, y que para no hacerlo sufrir tanto, cuando no viene debo estarme tranquila, ¿pero quién puede hacer este sacrificio?. Me parece imposible, y estaré obligada a seguir martirizándonos mutuamente.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 4, 15 de Enero de 1901
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