viernes, 19 de septiembre de 2025

JESÚS HABLA DE LA FE, DE LA ESPERANZA Y LA CARIDAD



                    Encontrándome esta mañana un poco turbada, especialmente por el temor de que no sea Jesús quien viene sino el demonio, y de que mi estado no sea Voluntad de Dios, mientras me encontraba en esta agitación, ha venido mi adorable Jesús y me ha dicho: “Hija Mía, no quiero que pierdas el tiempo, pensando en esto tú te distraes de Mí y me haces faltar el alimento para nutrirme, lo que quiero es que pienses solamente en amarme y en estarte toda abandonada en Mí, así me prepararás un alimento muy agradable, y no de vez en cuando como harías si continuases haciendo así, sino continuamente. ¿Y no sería esto tu grandísimo contento, que tu voluntad, con estar abandonada en Mí y con el amarme, fuese alimento para Mí, tu Dios?”.

                    Después de esto me ha hecho ver Su Corazón y dentro tenía tres globos de luz distintos, que después formaban uno solo, y Jesús volviendo a hablar me ha dicho:  “Los globos de luz que ves en Mi Corazón son la Fe, la Esperanza y la Caridad, que traje a la tierra para hacer feliz al hombre sufriente, ofreciéndoselos en don; ahora, también a ti te quiero hacer un don más especial”. 

                    Y mientras así decía, de aquellos globos de luz salían como tantos hilos de luz que inundaban mi alma, formando como una especie de red, y yo quedaba dentro. Y Jesús: “Mira en lo que quiero que ocupes tu alma: primero vuela con las alas de la Fe y sumergiéndote en esa Luz conocerás y adquirirás siempre nuevas noticias de Mí, tu Dios, pero al conocerme más tu nada se sentirá casi dispersa, y no tendrás donde apoyarte. Pero tú elévate más y arrojándote en el mar inmenso de la Esperanza, el cual son todos Mis Méritos que adquirí en el curso de Mi vida mortal, y todas las penas de Mi Pasión que también de ellas hice don al hombre, y sólo por medio de estos puedes esperar los bienes inmensos de la Fe, porque no hay otro medio para poderlos obtener. Entonces, sirviéndote de estos Mis Méritos como si fuesen tuyos, tu nada no se sentirá más dispersa y hundida en el abismo de la nada, sino que adquiriendo nueva vida quedará embellecida, enriquecida en modo tal de atraerse las mismas miradas divinas; y entonces no más tímida, sino que la Esperanza le suministrará el valor, la fuerza, de modo de volver al alma estable como columna, expuesta a todas las inclemencias del aire, como son las diferentes tribulaciones de la vida, que no la moverán nada, y la Esperanza hará que el alma no sólo se sumerja sin temor en las inmensas riquezas de la Fe, sino que se volverá dueña y llegará a tanto con la Esperanza, de hacer suyo al mismo Dios. 

                    ¡Ah! sí, la Esperanza hace llegar al alma hasta donde quiere, la Esperanza es la Puerta del Cielo, así que sólo por su medio se abre, porque quien todo espera, todo obtiene. Entonces el alma, cuando haya llegado a hacer suyo al mismo Dios, súbito, sin ningún obstáculo se encontrará en el océano inmenso de la Caridad, y ahí llevando consigo la Fe y la Esperanza, se sumergirá dentro y hará una sola cosa Conmigo, su Dios”.

                    El amantísimo Jesús continúa diciendo: “Si la Fe es el rey y la Caridad es la reina, la Esperanza es como madre pacificadora que pone paz en todo, porque con la Fe y la Caridad puede haber tribulaciones, pero la Esperanza, siendo vínculo de paz, convierte todo en paz. La Esperanza es sostén, la Esperanza es alivio, y cuando el alma elevándose con la Fe ve la belleza, la santidad, el amor con el cual es amada por Dios, se siente atraída a amarlo, pero viendo su insuficiencia, lo poco que hace por Dios, el cómo debería amarlo y no lo ama, se siente desconsolada, turbada y casi no se atreve a acercarse a Dios; entonces, enseguida sale esta madre pacificadora de la Esperanza, y poniéndose en medio de la Fe y la Caridad comienza a hacer su oficio de poner paz, así que pone en paz de nuevo al alma, la empuja, la eleva, le da nuevas fuerzas y llevándola ante el rey de la Fe y la reina de la Caridad, excusa al alma, pone ante el alma nueva efusión de sus méritos y les pide que la quieran recibir, y la Fe y la Caridad, teniendo en la mira sólo a esta madre pacificadora, tan tierna y llena de compasión, reciben al alma y Dios forma la delicia del alma, y el alma la delicia de Dios”. 

                    ¡Oh Santa Esperanza, cómo eres admirable! Yo me imagino ver al alma que es poseída por esta bella Esperanza, como un noble viajero que camina para ir a tomar posesión de unas tierras que formarán toda su fortuna, pero como es desconocido y viaja por tierras que no son suyas, quién lo escarnece, quién lo insulta, quién lo despoja de sus vestidos y quién llega hasta golpearlo y a amenazarlo con quitarle la piel, ¿y el noble viajero qué hace en todas estas dificultades? ¿Se turbará? ¡Ah, no, jamás!, más bien no tomará en cuenta a aquellos que le hacen todo esto, y conociendo bien que mientras más sufrirá, tanto más será honrado y glorificado cuando llegue a tomar posesión de sus tierras, por eso él mismo incita a la gente para que lo atormenten más. 

                    Pero él siempre está tranquilo, goza la más perfecta paz, y en medio de estos insultos está tan calmado, que mientras los demás están despiertos a su alrededor, él está durmiendo en el seno de su suspirado Dios. ¿Quién suministrará a este viajero tanta paz y tanta firmeza para seguir el viaje emprendido? Ciertamente la esperanza de los bienes eternos que serán suyos, y así superará todo para tomar posesión de ellos. Ahora pensando que son suyos, viene a amarlos, y he aquí que la Esperanza hace nacer la Caridad.  

                    ¿Quién puede decir lo que Jesús Bendito me hace ver con aquella luz? Hubiera querido pasarlo en silencio, pero veo que la señora obediencia dejando el vestido amigable, toma el aspecto de guerrero y toma sus armas para hacerme guerra y herirme. ¡Ah, no te armes tan pronto!, deja tus garras, estate tranquila, que por cuanto pueda haré como tú dices, y así permaneceremos siempre amigas.  

                    Ahora, cuando el alma se pone en el extensísimo mar de la Caridad, prueba delicias inefables, goza alegrías inenarrables a un alma mortal. Todo es amor; sus suspiros, sus latidos, sus pensamientos, son tantas voces sonoras que hace resonar en torno a su amadísimo Dios, voces todas de amor que lo llaman a ella, de modo que Dios Bendito, atraído, herido por estas voces amorosas, le corresponde, y sucede que los suspiros, los latidos y todo el Ser Divino llaman continuamente al alma hacia Dios.  

                    ¿Quién puede decir cómo queda herida el alma por estas voces? ¿Cómo comienza a delirar como si tuviera fiebre altísima, cómo corre como enloquecida y va a arrojarse en el amoroso Corazón de su Amado para encontrar refrigerio y a torrentes chupa las delicias divinas? Ella queda ebria de amor, y en su embriaguez entona cantos todos amorosos a su Esposo dulcísimo. ¿Pero quién puede decir todo lo que pasa entre el alma y Dios? ¿Quién puede decir algo sobre esta Caridad que es Dios mismo?  

                    En este momento veo una luz grandísima y mi mente ahora queda asombrada, ahora se fija en un punto, ahora en otro, y hago por ponerlo en el papel pero me siento balbuceante al explicarlo. Así que no sabiendo qué hacer, por ahora hago silencio; y espero que la señora obediencia por esta vez quiera perdonarme, pues si ella quiere enojarse conmigo, esta vez no tiene tanta razón, porque la culpa es suya, porque no me da una lengua ágil para saber decirlo. ¿Ha comprendido, reverendísima obediencia? Quedamos en paz, ¿no es verdad?


 Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 19 de Septiembre de 1899



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