Esta mañana mi adorable Jesús no venía. Entonces, mientras mi mente estaba ocupada en considerar el Misterio de la Coronación de espinas, me he acordado que estando ocupada otras veces en este Misterio, el Señor se complacía en quitarse de Su cabeza la corona de espinas y clavarla en la mía, y he dicho en mi interior: “Ah Señor, ya no soy digna de sufrir Tus espinas”. Y Él, ha venido de improviso y me ha dicho:
“Hija Mía, cuando tú sufres Mis Mismas espinas, tú Me consuelas, y sufriéndolas tú Yo Me siento completamente libre de esas penas; cuando te humillas y te crees indigna de sufrirlas, entonces Me reparas los pecados de soberbia que se cometen en el mundo”.
Yo he agregado: “¡Ah! Señor, por cuantas gotas derramaste, por cuantas espinas sufriste, por cuantas heridas, tanta gloria intento darte por cuanta gloria deberían darte todas las criaturas si no existiera el pecado de soberbia, y tantas gracias intento pedirte para todas las criaturas para hacer que este pecado se destruya”.
Mientras esto decía, he visto que Jesús contenía en Él a todo el mundo, como una máquina contiene en sí los objetos, y todas las criaturas se han movido en Él, y Jesús se movía hacia ellas, y parecía que Él tuviese la gloria de mi intención y las criaturas hubieran regresado a Él para poder recibir el bien prestado por mí para ellas. Yo he quedado estupefacta, y Jesús viendo mi estupor ha dicho: “Parece sorprendente todo esto, ¿no es verdad?. No obstante parece cosa de nada lo que tú has hecho, sin embargo no es así; ¿cuánto bien se podría hacer con repetir esta intención y no se hace?”.
Dicho esto ha desaparecido.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 4, 9 de Septiembre de 1901

No hay comentarios:
Publicar un comentario