La Novena de la Santa Navidad
tomada del Primer Volumen de los escritos de la mística italiana
Luisa Piccarreta, “la pequeña Hija de la Divina Voluntad”
Esta hermosa Novena sobre la Encarnación y el Nacimiento del Niño Jesús es la experiencia espiritual de la mística Luisa Picarreta, alma especialísima a quien fue revelada la espiritualidad de la Divina Voluntad.
A través de esta Novena conoceremos más íntimamente a Jesús Nuestro Señor, desde el momento bendito de Su Encarnación en el vientre la Santísima Virgen María.
La Novena de la Santa Navidad se puede hacer en cualquier época del año, es una tierna y santa manera de preparar nuestros corazones para que Jesús nazca en ellos.
En el Nombre del Padre y del Hijo ☩ y del Espíritu Santo.
¡Oh Jesús, oh Esposo, oh fortaleza mía! A Ti me dirijo, a Ti vengo, en Tus brazos me introduzco, me abandono, me reposo. ¡Ah, consuélame en mi aflicción y no me dejes sola y abandonada!. Mírame y vuelve a mirarme, oh Esposo Santo en estos Tus brazos, mira de cuántas tinieblas estoy circundada, son tan densas que no dejan entrar ni siquiera un átomo de luz en mi alma.
¡Oh! Mi místico Sol Jesús, resplandezca esta Luz en mi mente, a fin de que haga huir las tinieblas y pueda libremente recordar las gracias que has hecho a mi alma.
¡Oh! Sol Eterno, manda otro rayo de Luz a lo íntimo de mi corazón y lo purifique del fango en el cual yace, lo incendie, lo consuma en Tu Amor, a fin de que Él, que más que todo ha probado las dulzuras de Tu Amor, pueda claramente manifestarlas a quien está obligado.Tú que tanto me amas, continúa mandándome Luz.
¡Oh! Mi Sol, mi bello, propiamente quiero entrar en el centro, a fin de quedar toda abismada en esta Luz purísima. Haz, oh Sol Divino, que esta Luz me preceda delante, me siga junto, me circunde por doquier, se introduzca en los más íntimos escondites de mi interior, a fin de que consumiendo mi ser terreno, lo transformes todo en Tu Ser Divino.
Mi amable y dulce Jesús, perdóname, no te retires de mí, continúa derramando en mí Tu gracia, a fin de que puedas hacer de mí un triunfo de Tu Misericordia.
Virgen Santísima, Madre amable, ven en mi auxilio, obtenme de Tu y mi dulce Jesús gracia y fuerza...
San José, amado protector mío, asísteme en esta circunstancia.
Arcángel San Miguel, defiéndeme del enemigo infernal, que tantos obstáculos me pone en la mente...
Arcángel San Rafael y tú mi Ángel custodio, venid a asistirme y a acompañarme...
Segunda Meditación:
Jesús en el Seno de Su Madre
El Amor que lo reduce a la estrechez y a la
inmovilidad.
Entonces mi mente se ponía en el Seno Materno, y quedaba
estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo,
y ahora tan humillado, empequeñecido, restringido, que casi
no podía moverse, ni siquiera respirar.
La voz interior me
decía:
“¿Ves cuánto te he amado? ¡Ah! dame un lugar en tu
corazón, quita todo lo que no es Mío, porque así Me darás
más facilidad para poderme mover y respirar”.
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, prometía ser toda
Suya, me desahogaba en llanto, sin embargo, lo digo para mi
confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh! Jesús, cuán
bueno has sido con esta miserable criatura.
Y así pasaba la segunda hora del día, y después, poco a
poco el resto, que decirlo todo sería aburrir. Y esto lo hacía a
veces de rodillas y cuando era impedida a hacerlo por la
familia, lo hacía aun trabajando, porque la voz interna no me
daba ni tregua ni paz si no hacía lo que quería, así que el
trabajo no me era impedimento para hacer lo que debía
hacer.
Así pasé los días de la novena, cuando llegó la
víspera me sentía más que nunca encendida por un insólito
fervor, estaba sola en la recámara cuando se me presenta
delante el niño Jesús, todo bello, sí, pero titiritando, en
actitud de quererme abrazar, yo me levanté y corrí para
abrazarlo, pero en el momento en que iba a estrecharlo
desapareció, esto se repitió tres veces. Quedé tan
conmovida y encendida de amor, que no sé explicarlo; pero después de algún tiempo no lo tomé más en cuenta, y no se
lo dije a nadie, de vez en cuando caía en las acostumbradas
faltas.
La voz interna no me dejó nunca más, en cada cosa
me reprendía, me corregía, me animaba, en una palabra, el
Señor hizo conmigo como un buen padre con un hijo que
tiende a desviarse, y él usa todas las diligencias, los
cuidados para mantenerlo en el recto camino, de modo de
formar de él su honor, su gloria, su corona. Pero, ¡oh! Señor,
demasiado ingrata Te he sido.
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