Encontrándome esta mañana un poco turbada, especialmente por el temor de que no
sea Jesús quien viene sino el demonio, y de que mi estado no sea Voluntad de Dios, mientras
me encontraba en esta agitación, ha venido mi adorable Jesús y me ha dicho: “Hija Mía, no quiero que pierdas el tiempo, pensando en esto tú te distraes de Mí y me
haces faltar el alimento para nutrirme, lo que quiero es que pienses solamente en amarme y
en estarte toda abandonada en Mí, así me prepararás un alimento muy agradable, y no de vez
en cuando como harías si continuases haciendo así, sino continuamente. ¿Y no sería esto tu
grandísimo contento, que tu voluntad, con estar abandonada en Mí y con el amarme, fuese
alimento para Mí, tu Dios?”.
Después de esto me ha hecho ver Su Corazón y dentro tenía tres globos de luz distintos,
que después formaban uno solo, y Jesús volviendo a hablar me ha dicho: “Los globos de luz que ves en Mi Corazón son la Fe, la Esperanza y la Caridad, que traje a
la tierra para hacer feliz al hombre sufriente, ofreciéndoselos en don; ahora, también a ti te
quiero hacer un don más especial”.
Y mientras así decía, de aquellos globos de luz salían como tantos hilos de luz que
inundaban mi alma, formando como una especie de red, y yo quedaba dentro. Y Jesús: “Mira en lo que quiero que ocupes tu alma: primero vuela con las alas de la Fe y
sumergiéndote en esa Luz conocerás y adquirirás siempre nuevas noticias de Mí, tu Dios, pero
al conocerme más tu nada se sentirá casi dispersa, y no tendrás donde apoyarte. Pero tú
elévate más y arrojándote en el mar inmenso de la Esperanza, el cual son todos Mis Méritos
que adquirí en el curso de Mi vida mortal, y todas las penas de Mi Pasión que también de ellas
hice don al hombre, y sólo por medio de estos puedes esperar los bienes inmensos de la Fe,
porque no hay otro medio para poderlos obtener. Entonces, sirviéndote de estos Mis Méritos
como si fuesen tuyos, tu nada no se sentirá más dispersa y hundida en el abismo de la nada,
sino que adquiriendo nueva vida quedará embellecida, enriquecida en modo tal de atraerse las
mismas miradas divinas; y entonces no más tímida, sino que la Esperanza le suministrará el
valor, la fuerza, de modo de volver al alma estable como columna, expuesta a todas las
inclemencias del aire, como son las diferentes tribulaciones de la vida, que no la moverán
nada, y la Esperanza hará que el alma no sólo se sumerja sin temor en las inmensas riquezas
de la Fe, sino que se volverá dueña y llegará a tanto con la Esperanza, de hacer suyo al mismo
Dios.
¡Ah! sí, la Esperanza hace llegar al alma hasta donde quiere, la Esperanza es la Puerta
del Cielo, así que sólo por su medio se abre, porque quien todo espera, todo obtiene.
Entonces el alma, cuando haya llegado a hacer suyo al mismo Dios, súbito, sin ningún
obstáculo se encontrará en el océano inmenso de la Caridad, y ahí llevando consigo la Fe y la
Esperanza, se sumergirá dentro y hará una sola cosa Conmigo, su Dios”.
El amantísimo Jesús continúa diciendo: “Si la Fe es el rey y la Caridad es la reina, la
Esperanza es como madre pacificadora que pone paz en todo, porque con la Fe y la Caridad
puede haber tribulaciones, pero la Esperanza, siendo vínculo de paz, convierte todo en paz. La
Esperanza es sostén, la Esperanza es alivio, y cuando el alma elevándose con la Fe ve la
belleza, la santidad, el amor con el cual es amada por Dios, se siente atraída a amarlo, pero
viendo su insuficiencia, lo poco que hace por Dios, el cómo debería amarlo y no lo ama, se
siente desconsolada, turbada y casi no se atreve a acercarse a Dios; entonces, enseguida sale
esta madre pacificadora de la Esperanza, y poniéndose en medio de la Fe y la Caridad
comienza a hacer su oficio de poner paz, así que pone en paz de nuevo al alma, la empuja, la
eleva, le da nuevas fuerzas y llevándola ante el rey de la Fe y la reina de la Caridad, excusa al
alma, pone ante el alma nueva efusión de sus méritos y les pide que la quieran recibir, y la Fe y
la Caridad, teniendo en la mira sólo a esta madre pacificadora, tan tierna y llena de compasión,
reciben al alma y Dios forma la delicia del alma, y el alma la delicia de Dios”.
¡Oh Santa Esperanza, cómo eres admirable! Yo me imagino ver al alma que es poseída
por esta bella Esperanza, como un noble viajero que camina para ir a tomar posesión de unas
tierras que formarán toda su fortuna, pero como es desconocido y viaja por tierras que no son
suyas, quién lo escarnece, quién lo insulta, quién lo despoja de sus vestidos y quién llega
hasta golpearlo y a amenazarlo con quitarle la piel, ¿y el noble viajero qué hace en todas estas
dificultades? ¿Se turbará? ¡Ah, no, jamás!, más bien no tomará en cuenta a aquellos que le
hacen todo esto, y conociendo bien que mientras más sufrirá, tanto más será honrado y
glorificado cuando llegue a tomar posesión de sus tierras, por eso él mismo incita a la gente
para que lo atormenten más.
Pero él siempre está tranquilo, goza la más perfecta paz, y en
medio de estos insultos está tan calmado, que mientras los demás están despiertos a su
alrededor, él está durmiendo en el seno de su suspirado Dios. ¿Quién suministrará a este
viajero tanta paz y tanta firmeza para seguir el viaje emprendido? Ciertamente la esperanza de
los bienes eternos que serán suyos, y así superará todo para tomar posesión de ellos. Ahora
pensando que son suyos, viene a amarlos, y he aquí que la Esperanza hace nacer la Caridad.
¿Quién puede decir lo que Jesús Bendito me hace ver con aquella luz? Hubiera querido
pasarlo en silencio, pero veo que la señora obediencia dejando el vestido amigable, toma el
aspecto de guerrero y toma sus armas para hacerme guerra y herirme. ¡Ah, no te armes tan
pronto!, deja tus garras, estate tranquila, que por cuanto pueda haré como tú dices, y así
permaneceremos siempre amigas.
Ahora, cuando el alma se pone en el extensísimo mar de la Caridad, prueba delicias
inefables, goza alegrías inenarrables a un alma mortal. Todo es amor; sus suspiros, sus
latidos, sus pensamientos, son tantas voces sonoras que hace resonar en torno a su
amadísimo Dios, voces todas de amor que lo llaman a ella, de modo que Dios Bendito, atraído,
herido por estas voces amorosas, le corresponde, y sucede que los suspiros, los latidos y todo
el Ser Divino llaman continuamente al alma hacia Dios.
¿Quién puede decir cómo queda herida el alma por estas voces? ¿Cómo comienza a
delirar como si tuviera fiebre altísima, cómo corre como enloquecida y va a arrojarse en el
amoroso Corazón de su Amado para encontrar refrigerio y a torrentes chupa las delicias
divinas? Ella queda ebria de amor, y en su embriaguez entona cantos todos amorosos a su
Esposo dulcísimo. ¿Pero quién puede decir todo lo que pasa entre el alma y Dios? ¿Quién
puede decir algo sobre esta Caridad que es Dios mismo?
En este momento veo una luz grandísima y mi mente ahora queda asombrada, ahora
se fija en un punto, ahora en otro, y hago por ponerlo en el papel pero me siento balbuceante
al explicarlo. Así que no sabiendo qué hacer, por ahora hago silencio; y espero que la señora
obediencia por esta vez quiera perdonarme, pues si ella quiere enojarse conmigo, esta vez no
tiene tanta razón, porque la culpa es suya, porque no me da una lengua ágil para saber
decirlo. ¿Ha comprendido, reverendísima obediencia? Quedamos en paz, ¿no es verdad?
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 19 de Septiembre de 1899