Continúa casi siempre lo mismo, solamente siento un poco más de vigor; que Dios sea siempre bendito, todo es poco por Su amor, aun su misma privación, el estar lejana del Cielo, y sólo por obedecer.
Ahora la obediencia quiere que escriba alguna cosa acerca de la luz que aún sigo viendo de vez en cuando. A veces me parece ver a Nuestro Señor dentro de mí, y de Su Humanidad sale una imagen toda luz, y Su Humanidad enciende siempre más el fuego, y veo la imagen de la luz de Cristo, como si tamizara este fuego, y de este fuego tamizado sale una luz toda semejante a Su imagen de luz, y todo se complace y con ansia la espera para unirla a Sí, y después se incorpora otra vez en su Humanidad.
Otras veces me encuentro fuera de mí misma y me veo toda fuego, y una luz que está por desprenderse del fuego, y Nuestro Señor, con Su aliento sopla en la luz, y la luz se eleva y toma el camino hacia la boca de Jesucristo, y Él con Su aliento la aleja y la atrae, la engrandece y la vuelve más reluciente, y la pobre luz se debate y hace todos los esfuerzos porque quiere ir a Su boca, a mí me parece que si esto sucediera expiraría, no obstante estoy obligada a decir en mi interior: la obediencia dada por el Confesor no lo quiere, a pesar de que el decir esto me cuesta la propia vida. Y el Señor parece que se deleita con hacer tantos juegos con esta luz.
Ahora, me parece que Nuestro Señor viene y quiere volver a ver todo lo que Él mismo me ha dado, si está todo ordenado y desempolvado, por tanto me toma de la mano y me quita los anillos que me dio cuando me desposó con Él, uno lo ha encontrado intacto y el resto los ha desempolvado con su aliento y me los volvía a poner, después, como si me vistiera toda, se pone a mi lado y dice: “Ahora sí que estás bella, ven a Mí, no puedo estar sin ti; o tú vienes a Mí o Yo voy a ti, eres Mi amada, Mi alegría, Mi contento”.
Mientras esto dice, la luz se debate y hace todos los esfuerzos porque quiere estar en Jesús, y mientras toma su vuelo veo que el Confesor con sus manos la para y la quiere encerrar dentro de mí, y a Jesús que se está quieto y lo deja hacer. ¡Oh Dios, qué pena!. Cada vez que esto sucede me parece que debo morir y llegar a mi puerto, y la obediencia me hace encontrar de nuevo en camino. Si yo quisiera decir todo de esta luz no terminaría jamás, pero me hace tanto mal escribir esto, que no puedo seguir adelante, aunado a que muchas cosas no sé decirlas, por eso hago silencio.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 7, 8 de Julio de 1906
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