Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús ha venido y me ha
sumergido tanto en Su Querer, que aun el querer salir de Él me resultaba imposible; me
sucedía como a una persona que voluntariamente se ha arrojado desde su pequeño lugar a
otro lugar interminable, la cual, viendo lo largo del camino, del cual no conoce ni siquiera los
confines, deja el pensamiento de encontrar a su pequeño lugar, pero es feliz de su suerte.
Entonces, mientras nadaba en el mar inmenso del Querer Divino, mi dulce Jesús me ha dicho: “Hija amadísima de Mi Querer, quiero hacer de ti una repetidora de Mi Vida; el vivir en mi
Querer debe injertar en el alma todo lo que Mi Voluntad hizo y Me hizo sufrir en Mi Humanidad,
no tolera ninguna desemejanza. Mira, Mi Voluntad eterna impuso a Mi Humanidad que
aceptara tantas muertes por cuantas criaturas debían tener vida a la luz del día, y Mi
Humanidad aceptó con amor estas muertes, tanto que el Querer Eterno hizo tantas marcas en
Mi Humanidad por cuantas muertes debía sufrir. Ahora, ¿quisieras tú que Yo marcara la tuya
con tantas marcas por cuantas fue marcada la Mía, a fin de que cuantas muertes sufrí Yo
sufras tú?”.
Yo he dicho Fiat, y Jesús con una maestría y velocidad al mismo tiempo, ha marcado la
mía con tantas marcas de muerte por cuantas tenía Él, diciéndome:“Sé atenta y fuerte en sufrir estas muertes, mucho más porque de estas muertes saldrá
la vida para tantas otras criaturas”.
Ahora, mientras esto decía, con Sus mismas manos creadoras me tocaba, y conforme
me tocaba creaba el dolor, tanto, de hacerme sentir penas mortales, me arrancaba el corazón,
lo hería de mil modos, ahora con flechas de fuego, y ahora con flechas de hielo que me hacían
tiritar, ahora lo apretaba tan fuerte que lo dejaba inmóvil; ¿pero quién puede decirlo todo?
Sólo Él puede decir lo que hace.
Yo me sentía aplastada, aniquilada y casi temía que no
tuviera la fuerza, y Él, como queriendo reposar de las penas que me había dado, ha vuelto a
decir: “¿De qué temes?. ¿Tal vez que Mi Querer no tenga fuerza suficiente para sostenerte en
las penas que quiero darte?. ¿O bien que pudieras salir de los confines de Mi Querer?. Esto
no será jamás, ¿no ves cuántos mares inmensos ha extendido Mi Querer en torno a ti, de
modo que tú misma no encuentras el camino para salir de Él?. Todas las verdades, los
efectos, los valores, los conocimientos que te he manifestado, han sido tantos mares de los
cuales has quedado circundada, y otros mares continuaré extendiendo. Ánimo hija Mía, todo
esto es necesario a la Santidad del vivir en Mi Querer, generar semejanza entre Yo y el alma.
Esto hice con Mi Mamá, no toleré ni siquiera una pequeña pena, ni ningún acto o bien que
hice, en que Ella no tomase parte; una era la Voluntad que Nos animaba, y por lo tanto cuando
Yo sufría las muertes, las penas, cuando obraba, Ella moría, penaba, obraba junto Conmigo,
en Su Alma debía ser copia fiel Mía, de modo que reflejándome en Ella debía encontrar otro Yo
mismo. Ahora, lo que hice con Mi Mamá lo quiero hacer contigo, después de Ella te pongo a
ti, quiero que sea reflejada la Santísima Trinidad sobre la tierra: Yo, Mi Mamá y tú. Y esto es
necesario, que por medio de una criatura Mi Querer tenga Vida obrante sobre la tierra, ¿y
cómo puedo tener esta Vida obrante si no doy lo que Mi Querer contiene y lo que hizo sufrir a
Mi Humanidad?. Mi Querer tuvo verdadera Vida obrante en Mí y en Mi inseparable Mamá;
ahora quiero que la tenga en ti, una criatura me es absolutamente necesaria, así Mi Querer lo
ha establecido, las demás serán condicionadas”.
Entonces yo me sentía toda confundida, comprendía lo que Jesús decía, y más me
sentía aniquilar, deshacer mi pobre ser; me sentía tan indigna que pensaba entre mí: “Qué
equivocación comete Jesús, hay tantas almas buenas a las cuales podría elegir”. Pero
mientras esto pensaba en mí, Él ha agregado: “Pobre hija, tu pequeñez junto a Mí se pierde, pero así lo he decidido, de la raza humana
debía tomarla; si no te tomaba a ti, tomaba a otra criatura, pero porque tú eres más pequeña te
he hecho crecer sobre Mis rodillas, te he nutrido a Mi seno como una pequeña niña, así que
siento en ti Mi misma Vida y por eso he fijado sobre ti Mis miradas, te he mirado y vuelto a
mirar, y complaciéndome he llamado al Padre y al Espíritu Santo a mirarte, y por consenso
unánime te hemos elegido, por eso no te queda otra que serme fiel, y abrazar con amor la
vida, las penas, los efectos, y todo lo que quiere nuestro Querer”.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 14, 20 de Julio de 1922