"Hija de Mi Corazón, Mi nacimiento fue prodigioso; ningún otro nacimiento puede decirse que sea semejante al mío. Yo contenía en Mí el Cielo, el Sol de la Divina Voluntad y también la tierra de Mi humanidad, tierra bendita y santa que producía las más bellas floraciones, y aunque era apenas recién nacida, Yo poseía el prodigio de los prodigios: el Querer Divino que reinaba en Mí, el cual formaba en Mí un Cielo más hermoso, un Sol más refulgente de el de la Creación, de la cual Yo era la Reina, incluido también un mar de gracias sin límites, que murmuraba siempre amor, amor a Mi Creador.
Por eso Mi nacimiento fue la verdadera alba que pone en fuga la noche del querer humano, y a medida que iba Yo creciendo, así iba formando la aurora y llamaba al día esplendorosísimo para hacer surgir el Sol del Verbo Eterno sobre la tierra.
Hija Mía, ven a Mi cuna a escuchar a tu Mamá pequeñita. Apenas hube nacido, abrí los ojos para ver este bajo mundo, para ir en busca de todos Mis hijos y meterlos en Mi Corazón, para darles Mi materno amor y, engendrándolos a una nueva vida de amor y de gracia, hacer que pudieran entrar en el Reino del FIAT Divino, que Yo poseía. Quise hacer de Reina y de Madre, metiéndolos en Mi Corazón para ponerlos a todos a salvo y darles el gran don del Reino Divino. En Mi Corazón tenía espacio para todos, porque para el que posee la Divina Voluntad no hay estrecheces, sino anchuras infinitas. Así que te miré a ti también, hija Mía, nadie se me escapó, y como aquel día todos festejaron Mi nacimiento, también para mí fue fiesta.
Pero al abrir los ojos a la luz tuve el dolor de ver las criaturas sumidas en la densa noche del querer humano. ¡Oh, en qué abismo de tinieblas se halla la criatura que se deja dominar por su voluntad! Esa es la verdadera noche, pero noche sin estrellas, al máximo con algún relámpago fugaz, fácilmente seguido por truenos, que retumbando hacen aún más densas las tinieblas y descargan la tempestad sobre la pobre criatura, tempestad de temores, de debilidades, de peligros, de caídas en el mal.
Mi Corazoncito se sintió traspasado al ver a Mis hijos en esa horrible tempestad, en que los había sumido la noche del querer humano. Por tanto, escucha a tu Mamá: aún estoy en la cuna, Soy pequeñita; mira Mis lágrimas, que derramo por ti. Cada vez que haces tu voluntad formas una noche para ti, y si supieras cuánto daño te hace esa noche, llorarías Conmigo. Te hace perder la luz del día del Querer Santo, te hacer volcar, te paraliza en el bien, te interrumpe el verdadero amor y te hace una pobre enferma a la que le faltan las cosas necesarias para curarse. Ah, hija Mía, hija querida, óyeme, no hagas nunca tu voluntad, dame palabra de que contentarás a tu Mamita".
(Luisa Piccarreta, "La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad", día 10°)
"¿Pero sabes tú qué fue lo primero que hizo esta noble Reina cuando, al salir del seno materno, abrió los ojos a la luz de este bajo mundo? Al nacer, los Ángeles le cantaron la canción de cuna a la Niña Celestial; Ella quedó arrobada y Su Alma tan bella salió de Su cuerpecito, acompañada por multitudes de Ángeles, y recorrió Cielos y tierra, yendo a recoger todo el amor que Dios había derramado en toda la Creación, y penetrando en el Paraíso vino a los pies de Nuestro trono a ofrecernos la correspondencia de amor de todo lo creado y pronunció su primer "gracias" en nombre de todos. Oh, cómo Nos sentimos felices al oír el "gracias" de esta Niñita Reina, y le confirmamos todas las gracias, todos los dones, haciéndole superar a todas las demás criaturas reunidas juntas.
A continuación, lanzándose a nuestros brazos, se sumergió en Nuestras delicias, nadando en el piélago de todos los contentos, quedando embellecida con nueva belleza, nueva luz y nuevo amor; suplicó de nuevo por el género humano, suplicándonos con lágrimas que bajara el Verbo Eterno para salvar a Sus hermanos. Pero mientras hacía así, Nuestro Querer le hizo saber que bajara a la tierra, y Ella enseguida dejó nuestros contentos y gozos y se fue, para hacer... ¿qué cosa?. Nuestro Querer. ¡Qué potente atracción tenía nuestro Querer, habitante en la tierra en esta Reina recién nacida!. Ya no Nos parecía extraña la tierra, ya no éramos capaces de flagelarla haciendo uso de nuestra Justicia; teníamos la Potencia de Nuestra Voluntad, que en esta Niña inocente Nos sujetaba los brazos, Nos sonreía desde la tierra y convertía la Justicia en gracias y en dulce sonrisa, tanto que, no pudiendo resistir al dulce encanto, el Verbo Eterno apresuró Su curso. ¡Oh prodigio de Mi Querer Divino, a Ti se debe todo, por Ti se cumple todo, y no hay prodigio más grande que Mi Querer habitante en la criatura!".
(Luisa Piccarreta, "Libro de Cielo", volumen 15°, 8 de Diciembre de 1922)
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