Encontrándome en un estado de abandono por parte de mi adorable Jesús, a mi pobre corazón me lo sentía, por el dolor, exprimir como bajo una prensa. ¡Oh Dios, qué pena inenarrable!.
Mientras me encontraba en este estado, casi como sombra he visto a mi amado Bien, pero no claramente, sólo he visto claramente una mano que me parecía que llevaba una lámpara encendida, y mojaba el dedo en el aceite de la lámpara y me ungía la parte del corazón, exacerbada a lo sumo por el dolor de su privación. En este momento he oído una voz que decía: “La Verdad es Luz, que llevó el Verbo a la tierra. Así como el sol ilumina, vivifica y fecunda la tierra, así la Luz de la Verdad da vida, luz, y vuelve fecundas de virtud a las almas. Si bien muchas nubes, las cuales son las iniquidades de los hombres, ofuscan esta Luz de Verdad, pero a pesar de esto no deja, desde atrás de las nubes, de mandar destellos de luz vivificante, y así calentar a las almas, y si estas nubes son nubes de imperfecciones y de defectos involuntarios, esta luz, desgarrándolas con su calor las disipa y libremente se introduce en el alma”.
Entonces comprendía que el alma debe estar atenta a no caer en la sombra del defecto voluntario, porque estos son aquellas nubes peligrosas que impiden la entrada a la Luz Divina.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 12 de Febrero de 1900
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