Continúa aún el estado de aniquilamiento, pero hasta tal punto que no osaba decir una
palabra a mi amado Jesús. Pero esta mañana, Jesús teniendo compasión de mi miserable
estado, Él mismo ha querido aliviarme y he aquí cómo: mientras se hizo ver y yo me sentía
toda aniquilada y avergonzada delante de Él, Jesús se ha acercado a mí, pero tan
estrechamente, que me parecía que Él estuviese en mí y yo en Él, y me ha dicho: “Hija Mía amada ¿qué tienes que estás tan afligida?. Dime todo, que te contentaré y
remediaré todo”.
Pero como continuaba viéndome a mí misma, como dije el día anterior, entonces
viéndome tan mala, ni siquiera he osado decirle nada, pero Jesús replicó: “Pronto, pronto,
dime qué quieres, no tardes”. Viéndome casi obligada y rompiendo en abundante llanto le he dicho:“Jesús Santo,
cómo quieres que no esté afligida, después de tantas gracias no debía ser tan mala, a veces
aun las obras buenas que busco hacer, en las mismas oraciones, mezclo tantos defectos e
imperfecciones que yo misma siento horror. ¿Qué será ante Ti que eres tan perfecto y santo?. Y además, el escasísimo sufrir en comparación con el de antes, Tu gran tardanza en venir,
todo me dice claramente que mis pecados, mis grandes ingratitudes son la causa, y que Tú,
enojado conmigo, me niegas también el pan cotidiano que Tú concedes a todos generalmente,
como es la cruz; así que después terminarás con abandonarme del todo. ¿Se puede dar tal
vez mayor aflicción que ésta?”.
Jesús, compadeciéndome toda, me ha estrechado a Su Corazón
y me ha dicho: “No temas, esta mañana haremos las cosas juntos, así Yo supliré a las tuyas”.
Entonces me pareció que Jesús contenía una fuente de agua y otra de sangre en Su
Pecho, y en esas dos fuentes ha sumergido mi alma, primero en el agua y después en la
sangre. ¿Quién puede decir cómo ha quedado purificada y embellecida mi alma?. Después nos
hemos puesto a rezar juntos recitando tres “Gloria Patri” y esto me ha dicho que lo hacía para
suplir a mis oraciones y adoraciones a la Majestad de Dios. ¡Oh, cómo era bello y conmovedor
rezar junto con Jesús!.
Después de esto Jesús me ha dicho: “No te aflija el no sufrir, ¿quieres tú anticipar la hora designada por Mí?. Mi obrar no es
apresurado, sino todo a su tiempo, cumpliremos cada cosa, pero a su debido tiempo”.
Después, por un hecho todo providencial, inesperadamente, habiendo salido el Viático de
la iglesia para ir a otros enfermos, recibí también yo la Comunión. ¿Quién puede decir todo lo
que ha pasado entre Jesús y yo, los besos, las caricias que Jesús me hacía?. Es imposible
poder decirlo todo. Me parecía que después de la Comunión veía la Sagrada Partícula, y ahora
veía en la Partícula la boca de Jesús, ahora los ojos, ahora una mano y después se hizo ver
todo Él.
Me ha transportado fuera de mí misma y ahora me encontraba en la bóveda de los
Cielos y ahora me encontraba sobre la tierra, en medio de los hombres, pero siempre junto con
Jesús. Él de vez en cuando iba repitiendo:“¡Oh, cómo eres bella amada Mía, si tú supieras cuánto te amo!. Y tú, ¿cuánto me
amas?”.
Al oír que me decía estas palabras, sentí tal confusión que me sentía morir, pero con
todo esto he tenido el valor de decirle: “Jesús mío, hermoso, sí, Te amo mucho, y Tú si
verdaderamente me amas tanto, dime también: ¿Tú me perdonas por todo el mal que he
hecho?. Y también concédeme el sufrir”. Y Jesús: “Sí que te perdono y quiero contentarte con derramar en abundancia Mis
amarguras en ti”. Así Jesús ha vertido sus amarguras. Me parecía que tuviese una fuente de amarguras
en Su Corazón, recibidas por las ofensas de los hombres, y la mayor parte la derramaba en mí.
Después Jesús me ha dicho: “Dime ¿qué otra cosa quieres?”. Y yo: “Jesús Santo, te encomiendo a mi Confesor, házmelo santo y dale también la
salud del cuerpo, y además, ¿es Voluntad tuya que venga este Sacerdote?”. Y Jesús: “Sí”. Y yo: “Si fuera Tu Voluntad lo harías estar bien”. Y Él: “Estate quieta, no quieras investigar demasiado Mis juicios”. Y en ese mismo instante me hacía ver el mejoramiento de la salud del cuerpo y la
santidad del alma del Confesor, y ha agregado:“Tú quieres ser apresurada, pero Yo hago todo a su tiempo”.
Después le encomendé las personas que me pertenecen y pedí por los pecadores
diciendo a Jesús: “¡Oh, cuánto deseo que mi cuerpo se redujera en pequeñísimos pedazos,
con tal que los pecadores se convirtiesen!”. Y besé la frente, los ojos, el rostro, la boca de
Jesús, haciendo varias adoraciones y reparaciones por las ofensas que le hacían los
pecadores. ¡Oh, cómo estaba contento Jesús y yo también!. Después, haciéndome prometer
por Jesús que no me volvería a dejar, he regresado en mí misma y así ha terminado.
Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 5 de Junio de 1899