lunes, 30 de junio de 2025

SEÑALES PARA SABER SI EL ALMA POSEE LA GRACIA



                    Encontrándome en mi habitual estado, por poco tiempo mi dulcísimo Jesús se ha hecho ver todo fundido en mí, y me ha dicho: “Hija Mía, ¿quieres saber cuáles son las señales para conocer si el alma posee Mi Gracia?”. Y yo: “Señor, como le plazca a Tu Santísima Bondad”. 

                    Entonces Él ha proseguido: “La primera señal para ver si el alma posee Mi Gracia, es que todo lo que pueda oír o ver en el exterior, que pertenece a Dios, en el interior siente una dulzura, una suavidad toda divina, no comparable a ninguna cosa humana y terrena; sucede como a una madre, que aun al respiro, a la voz, conoce al parto de sus vísceras en la persona de un hijo y se regocija de alegría; o como a dos íntimas amigas que conversando manifiestan recíprocamente los mismos sentimientos, inclinaciones, alegrías, aflicciones, y encontrando esculpidas una en la otra sus mismas cosas, sienten placer, gozo y se toman tanto amor que no saben separarse. Así la gracia interna que reside en el alma, al ver exteriormente el parto de sus mismas entrañas, o sea al hallarse en aquellas mismas cosas que forman su esencia, se acoplan y hace sentir en el alma tal alegría y dulzura, que no se sabe expresar. 

                    La segunda señal es que el hablar del alma que posee la Gracia es pacífico y tiene virtud de arrojar en los demás la paz, tanto que las mismas cosas dichas por quien no posee la gracia, no producen ninguna impresión y ninguna paz, mientras que dichas por quien posee la gracia obran maravillosamente y restituyen la paz a las almas. Además hija Mía, la Gracia despoja al alma de todo, y de la humanidad hace un velo para estar cubierta, de modo que roto ese velo se encuentra el paraíso en el alma de quien la posee. Entonces, no es maravilla si en esa alma se encuentra la verdadera humildad, obediencia y demás, porque de ella no queda otra cosa que un simple velo y ve con claridad que dentro de ella está toda la Gracia, que obra y que le tiene en orden todas las virtudes y la hace estar en continua actitud para Dios”.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 4, 30 de Junio de 1901



viernes, 27 de junio de 2025

EXTENDERME TAMBIÉN YO SOBRE LA CRUZ



                    Quiero poner mi cabeza junto a la Tuya no sólo para sentir Tus espinas sino también para lavar con Tu Sangre Preciosísima, que de la cabeza te chorrea, todos mis pensamientos, para que todos puedan estar en tacto de repararte por cualquier ofensa de pensamiento que cometan las criaturas. 

                    Oh amor mío, estréchate a mí, pues quiero besar una por una las gotas de Tu Sangre que chorrean sobre Tu Rostro Santísimo; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de Tu Sangre sea luz para cada mente creada, para hacer que ninguna te ofenda con pensamientos malos... Y mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo que miras la Cruz que Tus enemigos te preparan. Oyes los golpes que dan a la Cruz para hacerle los agujeros en los que te clavarán. 

                    Quiero poner mi cabeza junto a la Tuya no sólo para sentir Tus espinas sino también para lavar con Tu Sangre Preciosísima, que de la cabeza te chorrea, todos mis pensamientos, para que todos puedan estar en tacto de repararte por cualquier ofensa de pensamiento que cometan las criaturas… quiero permanecer Contigo y extenderme también yo sobre la Cruz y quedar clavada junto Contigo. El verdadero amor no soporta ninguna clase de separación. Tú perdonarás la audacia de mi amor y me concederás quedarme crucificada Contigo... ”.



Extraído de “Las Horas de la Pasión”, de las Revelaciones 
de Nuestro Señor a Luisa Piccarreta. Decimonovena Hora





martes, 24 de junio de 2025

LA CRUZ ES EL ALIMENTO DE LA HUMILDAD



                    Después de haber pasado algunos días de privación, en que a lo más se hacía ver como sombra, como un relámpago, mis potencias las sentía todas adormecidas, de modo que yo misma no entendía lo que sucedía en mi interior. En este adormecimiento una sola pena se despertaba en mi interior, y era que me parecía que me había pasado como a uno que mientras duerme pierde la vista, o bien es despojado de todas sus riquezas, por lo que el miserable no puede ni dolerse, ni defenderse, ni usar algún medio para liberarse de sus infortunios. ¡Pobrecito, en qué estado tan desastroso se encuentra!. Pero, ¿cuál es la causa?. El sueño, porque si estuviera despierto ciertamente se sabría defender de sus desventuras. Así es mi mísero estado, no me es dado ni siquiera dar un gemido, un suspiro, derramar una lágrima, porque he perdido de vista a Aquel que es todo mi amor, todo mi bien y que forma todo mi contento. Parece que para que yo no sufra por su privación me ha adormecido y me ha dejado. ¡Ah! Señor, despiértame Tú, a fin de que pueda ver mis miserias y conocer al menos de qué estoy privada. 

                    Ahora, mientras me encontraba en este estado, desde dentro de mi interior he oído al Bendito Jesús que se lamentaba continuamente. Aquellos lamentos han herido mis oídos y despertándome un poco he dicho: “Mi solo y único Bien, por Tus lamentos advierto el estado tan sufriente en el cual Te encuentras, esto Te sucede porque quieres sufrir solo y no quieres hacerme partícipe de Tus penas, es más, para no tenerme en Tu compañía me has adormecido y me has dejado sin hacerme entender más nada. Entiendo el por qué de todo esto, para estar más libre en castigar, pero ¡ah! ten compasión de mí, pues sin Ti estoy ciega, y ten compasión de Ti, porque siempre es bueno en todas las circunstancias tener quien Te haga compañía, que Te consuele y que de algún modo mitigue Tu furor, porque por ahora estás firme en mandar flagelos, pero cuando veas a Tus imágenes perecer por la miseria, Te lamentarás más que ahora y tal vez me dirás: “¡Ah, si tú te hubieras empeñado más en aplacarme, si hubieras tomado sobre ti las penas de las criaturas, no vería tan destrozados a Mis mismos miembros!”. ¿No es verdad mi pacientísimo Jesús?. ¡Ah, consuélate un poco y déjame sufrir en lugar tuyo!”.

                    Mientras esto decía, Él se lamentaba continuamente, casi en acto de querer ser compadecido y aliviado, pero quería que le arrancara casi por fuerza este mismo alivio, por lo que tras mis ruegos ha extendido en mi interior Sus manos y pies clavados y me ha participado un poco Sus penas. 

                    Después de esto, dando un poco de tregua a sus lamentos me ha dicho: “Hija Mía, son los tristes tiempos que a esto Me obligan, porque los hombres se han fortalecido y ensoberbecido tanto, que cada uno cree ser dios para sí mismo, y si Yo no pongo mano a los flagelos haría un daño a sus almas, porque sólo la Cruz es el alimento de la humildad. Entonces, si no hiciera esto, Yo mismo les haría faltar el medio para humillarlos y rendirlos de su extraña locura, si bien la mayor parte Me ofenden más, pero Yo hago como un padre que reparte a todos el pan para alimentarlos; que algunos hijos no lo quieran tomar, más bien que se sirvan de él para arrojarlo en la cara al padre, ¿qué culpa tiene de ello el pobre padre?. Así soy Yo. Por eso compadéceme en Mis aflicciones”. Dicho esto ha desaparecido dejándome medio despierta y medio adormecida, no sabiendo yo misma ni si debo despertarme perfectamente, ni si debo dormirme otra vez.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 24 de Junio de 1900



sábado, 21 de junio de 2025

TEMORES. JESÚS LE PROMETE NO DEJARLA JAMÁS



                    Como Jesús no venía, estaba pensando entre mí: “Quién sabe, a lo mejor Jesús no viene más y me deja abandonada”. Y no decía otra cosa que: “¡Ven mi amado, ven!” . De improviso ha venido y me ha dicho: “No te dejaré, jamás te abandonaré, también tú, ven, ven a Mí”. 

                    Yo enseguida he corrido para meterme en Sus brazos, y mientras estaba así Jesús ha vuelto a decir: “No sólo no te dejaré a ti, sino que por amor tuyo no dejaré Corato”. Después, casi sin darme cuenta, en un instante desapareció y yo quedé deseándolo más que antes e iba diciendo: “¿Qué me has hecho?. ¿Cómo tan pronto te has ido sin ni siquiera decirme adiós?”.

                    Mientras desahogaba mi pena, la imagen del Niño Jesús que tengo cerca de mí, parecía que se hacía viva y de vez en cuando sacaba la cabeza de la cubierta de cristal para ver que cosa hacía yo, cuando veía que me daba cuenta, enseguida se metía. Yo le he dicho: “Se ve que eres demasiado impertinente y que quieres portarte como niño, yo me siento enloquecer por la pena de que no vienes y Tú te pones a jugar, bueno pues, juega y bromea también, que yo tendré paciencia”.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 21 de Junio de 1899



jueves, 19 de junio de 2025

QUIEN SE HACE DESAPARECER A SÍ MISMO, JAMÁS COMETE PECADOS



                    Habiendo pasado ayer una jornada de purgatorio por la privación casi total de mi sumo Bien, y por las tantas tentaciones que me ponía el Demonio, me parecía que cometía muchos pecados. ¡Oh Dios, qué pena el ofender a Dios!. Esta mañana, en cuanto vi a Jesús, rápidamente le he dicho: “Jesús bueno, perdóname los tantos pecados que hice ayer”. Y quería decirle todo el mal que sentía que había hecho. 

                    Él, interrumpiéndome me ha dicho: “Si te haces desaparecer a ti misma, no cometerás pecados jamás”. Yo quería seguir hablando, pero Jesús haciéndome ver muchas almas devotas y mostrándome que no quería oír lo que le quería decir, ha continuado diciendo: “Lo que más Me disgusta de estas almas es la inestabilidad en hacer el bien, basta una pequeña cosa, un disgusto, aun un defecto, mientras que es entonces el tiempo más necesario para estrecharse más a Mí, éstas en cambio, se irritan, se molestan y dejan a medias el bien comenzado. Cuántas veces les he preparado gracias para dárselas, pero viéndolas tan inestables, he sido obligado a retenerlas”. 

                    Después, conociendo que no quería saber nada de lo que quería decirle y viendo que mi Confesor estaba un poco mal en el cuerpo, he rogado largamente por él, y le hacía a Jesús varias preguntas que no es necesario decir aquí. Y Jesús, benignamente me ha respondido a todo y así ha terminado.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 19 de Junio de 1899





martes, 17 de junio de 2025

PONERSE EN DIOS Y NO SALIR DE LOS CONFINES DE LA PAZ, ES LO MISMO




                    Como esta mañana el Bendito Jesús no venía, en mi interior me sentía suscitar alguna sombra de turbación sobre el por qué no venía; entonces al venir me ha dicho: “Hija Mía, contenerse en Dios y no salir de los confines de la paz es todo lo mismo. Así que si tú adviertes un poco de turbación, es señal de que sales un poco de dentro de Dios, porque contenerse en Él y no tener perfecta paz es imposible, mucho más que los confines de la paz son interminables, más bien todo lo que pertenece a Dios, todo es paz”.

                    Después ha agregado: “¿No sabes tú que las privaciones al alma sirven como el invierno a las plantas, que hace que profundicen más las raíces, las fortifica y las hace reverdecer y florecer en Mayo?”. 

                    Después de esto me ha transportado fuera de mí misma, y habiéndole encomendado varias necesidades, desapareció, y yo me he encontrado en mí misma, con el deseo de mantenerme siempre dentro de Dios, a fin de que me pudiera encontrar dentro de los confines de la paz.

Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 17 de Junio de 1900



sábado, 14 de junio de 2025

EFECTOS DE LA CRUZ



                    Encontrándome no poco sufriente, mi adorable Jesús al venir toda me compadecía y me ha dicho: “Hija Mía, ¿qué tienes que sufres tanto?. Déjame aliviarte un poco”. Y (pero Jesús estaba más sufriente que yo) así me ha dado un beso, y como estaba crucificado me atrajo fuera de mí misma y ha puesto mis manos en las Suyas, mis pies en los Suyos, mi cabeza apoyaba sobre la Suya y la Suya sobre la mía. ¡Cómo estaba contenta al encontrarme en esta posición!. Si bien los clavos y las espinas de Jesús me causaban dolor, eran dolores que me daban alegría porque eran sufridos por amor a mi Amado Bien; es más, hubiera querido que aumentaran. 

                    También Jesús parecía contento de mí porque me tenía en aquel modo atraída a Él. Me parecía que Jesús me consolaba y yo era consuelo para Él. Entonces, en esta posición hemos salido fuera, y habiendo encontrado al Confesor, enseguida pedí por sus necesidades y le he dicho al Señor que se dignara hacer oír al Confesor cómo es dulce y suave Su voz. Jesús para contentarme se dirigió a él y le habló de la Cruz diciéndole: “La Cruz absorbe en el alma Mi Divinidad, la asemeja a Mi Humanidad y copia en sí misma Mis mismas obras”. 

                    Después hemos continuado girando otro poco y, ¡oh, cuántas escenas dolorosas que traspasaban el alma de lado a lado!. Las graves iniquidades de los hombres, que ni siquiera se doblegan ante la Justicia, al contrario, se arrojan con mayor furor, como si quisieran dar dobles heridas por cada herida, y la gran miseria que ellos mismos se están preparando. Entonces, con suma amargura nuestra nos hemos retirado; Jesús ha desaparecido y yo me he encontrado en mí misma.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 14 de Junio de 1900



miércoles, 11 de junio de 2025

EFECTOS QUE RECIBIRÁN AQUELLOS QUE SE ACERQUEN A LUISA



                    Mi dulce Jesús continúa haciéndose ver poquísimas veces y casi siempre en silencio. Mi mente me la sentía toda confundida y llena de temor de perder a mi solo y único Bien y por tantas otras cosas que no es necesario decir aquí. ¡Oh Dios, qué pena!. 

                    Mientras estaba en este estado, en cuanto se hizo ver, parecía que traía una luz, y de esta luz salían muchos globitos de luz y Jesús me ha dicho: “Quita todo temor de tu corazón. Mira, te he traído este globo de luz para ponerlo entre tú y Yo y entre aquellos que se acercan a ti. A aquellos que se te acerquen con corazón recto y para hacerte el bien, estos globitos de luz que salen penetrarán en sus mentes, descenderán en sus corazones y los llenarán de gozo y de gracias celestiales y comprenderán con claridad lo que obro en ti; aquellos que vengan con otras intenciones experimentarán lo contrario, y por estos globitos de luz quedarán deslumbrados y confundidos”. 

                    Así he quedado más tranquila. Sea todo para Gloria de Dios.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 11 de Junio de 1899



sábado, 7 de junio de 2025

JESÚS LE ENTREGA LAS LLAVES DE LA JUSTICIA Y UNA LUZ PARA DESCUBRIRLA



                    Como me encontraba en algún modo sufriente, me parecía que aquellos sufrimientos eran una dulce cadena que atraía a mi buen Jesús a hacerlo venir casi de continuo, y me parecía que aquellas penas llamaban a Jesús para hacerlo derramar en mí otras amarguras. Entonces, al venir, ahora me sostenía en Sus brazos para darme fuerza, y ahora derramaba de nuevo. 

                    Yo de vez en cuando le decía: “Señor, ahora siento en mí parte de Tus penas, Te ruego que me contentes, como Te dije ayer de darme al menos la mitad de lo que sirve para alimento del hombre”. Y Él: “Hija Mía, para contentarte te entrego las llaves de la Justicia y el conocimiento de cuánto es necesario absolutamente castigar al hombre, y con esto harás lo que te plazca, ¿no estás contenta por ello?”. 

                    Al oírme decir esto me consolé y decía en mi interior: “Si está en mí, de hecho no castigaré a ninguno”. Pero cómo quedé desengañada cuando el Bendito Jesús me dio una llave y me puso en medio de una luz, y mirando desde en medio de aquella luz descubría todos los atributos de Dios, y también los de la Justicia. ¡Oh, cómo todo está ordenado en Dios!. Y si la Justicia castiga, es Orden; y si no castiga no estaría en orden con los demás atributos. 

                    Ahora me veía como miserable gusano en medio de aquella luz, y que si quisiera impedir el curso a la Justicia, estropearía el orden e iría en contra de los mismos hombres, porque comprendía que la misma Justicia es amor purísimo hacia ellos. Entonces me he encontrado toda confundida y molesta, por eso para desentenderme he dicho a nuestro Señor: “Con esta luz de la cual me habéis rodeado entiendo las cosas diversamente, y si me dejaras obrar a mí lo haría peor que Tú, por eso no acepto este conocimiento y renuncio a las llaves de la Justicia; lo que acepto y quiero es que me hagas sufrir a mí y que liberes a las gentes; del resto no quiero saber nada”. 

                    Y Jesús sonriendo ante mi hablar me ha dicho: “¡Cómo! tan pronto quieres desentenderte, no queriendo conocer ninguna razón y queriéndome hacer violencia más fuerte te quieres salir con dos palabras: hazme sufrir a mí y libéralos”. Y yo: “Señor, no es que no quiera saber ninguna razón, sino que no es oficio mío, sino Tuyo. Mi oficio es el de ser víctima, por eso Tú haz Tu oficio y yo hago el mío, ¿no es verdad mi amado Jesús?”. Y Él, mostrando como una aprobación ha desaparecido.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 3, 7 de Junio de 1900




jueves, 5 de junio de 2025

LUISA REZA JUNTO A JESÚS



                    Continúa aún el estado de aniquilamiento, pero hasta tal punto que no osaba decir una palabra a mi amado Jesús. Pero esta mañana, Jesús teniendo compasión de mi miserable estado, Él mismo ha querido aliviarme y he aquí cómo: mientras se hizo ver y yo me sentía toda aniquilada y avergonzada delante de Él, Jesús se ha acercado a mí, pero tan estrechamente, que me parecía que Él estuviese en mí y yo en Él, y me ha dicho: “Hija Mía amada ¿qué tienes que estás tan afligida?. Dime todo, que te contentaré y remediaré todo”. 

                    Pero como continuaba viéndome a mí misma, como dije el día anterior, entonces viéndome tan mala, ni siquiera he osado decirle nada, pero Jesús replicó: “Pronto, pronto, dime qué quieres, no tardes”. Viéndome casi obligada y rompiendo en abundante llanto le he dicho:“Jesús Santo, cómo quieres que no esté afligida, después de tantas gracias no debía ser tan mala, a veces aun las obras buenas que busco hacer, en las mismas oraciones, mezclo tantos defectos e imperfecciones que yo misma siento horror. ¿Qué será ante Ti que eres tan perfecto y santo?. Y además, el escasísimo sufrir en comparación con el de antes, Tu gran tardanza en venir, todo me dice claramente que mis pecados, mis grandes ingratitudes son la causa, y que Tú, enojado conmigo, me niegas también el pan cotidiano que Tú concedes a todos generalmente, como es la cruz; así que después terminarás con abandonarme del todo. ¿Se puede dar tal vez mayor aflicción que ésta?”. 

                    Jesús, compadeciéndome toda, me ha estrechado a Su Corazón y me ha dicho: “No temas, esta mañana haremos las cosas juntos, así Yo supliré a las tuyas”. 

                    Entonces me pareció que Jesús contenía una fuente de agua y otra de sangre en Su Pecho, y en esas dos fuentes ha sumergido mi alma, primero en el agua y después en la sangre. ¿Quién puede decir cómo ha quedado purificada y embellecida mi alma?. Después nos hemos puesto a rezar juntos recitando tres “Gloria Patri” y esto me ha dicho que lo hacía para suplir a mis oraciones y adoraciones a la Majestad de Dios. ¡Oh, cómo era bello y conmovedor rezar junto con Jesús!. 

                    Después de esto Jesús me ha dicho: “No te aflija el no sufrir, ¿quieres tú anticipar la hora designada por Mí?. Mi obrar no es apresurado, sino todo a su tiempo, cumpliremos cada cosa, pero a su debido tiempo”.

                    Después, por un hecho todo providencial, inesperadamente, habiendo salido el Viático de la iglesia para ir a otros enfermos, recibí también yo la Comunión. ¿Quién puede decir todo lo que ha pasado entre Jesús y yo, los besos, las caricias que Jesús me hacía?. Es imposible poder decirlo todo. Me parecía que después de la Comunión veía la Sagrada Partícula, y ahora veía en la Partícula la boca de Jesús, ahora los ojos, ahora una mano y después se hizo ver todo Él. 

                    Me ha transportado fuera de mí misma y ahora me encontraba en la bóveda de los Cielos y ahora me encontraba sobre la tierra, en medio de los hombres, pero siempre junto con Jesús. Él de vez en cuando iba repitiendo:“¡Oh, cómo eres bella amada Mía, si tú supieras cuánto te amo!. Y tú, ¿cuánto me amas?”. 

                    Al oír que me decía estas palabras, sentí tal confusión que me sentía morir, pero con todo esto he tenido el valor de decirle: “Jesús mío, hermoso, sí, Te amo mucho, y Tú si verdaderamente me amas tanto, dime también: ¿Tú me perdonas por todo el mal que he hecho?. Y también concédeme el sufrir”. Y Jesús: “Sí que te perdono y quiero contentarte con derramar en abundancia Mis amarguras en ti”. Así Jesús ha vertido sus amarguras. Me parecía que tuviese una fuente de amarguras en Su Corazón, recibidas por las ofensas de los hombres, y la mayor parte la derramaba en mí. 

                    Después Jesús me ha dicho: “Dime ¿qué otra cosa quieres?”. Y yo: “Jesús Santo, te encomiendo a mi Confesor, házmelo santo y dale también la salud del cuerpo, y además, ¿es Voluntad tuya que venga este Sacerdote?”. Y Jesús: “Sí”. Y yo: “Si fuera Tu Voluntad lo harías estar bien”. Y Él: “Estate quieta, no quieras investigar demasiado Mis juicios”. Y en ese mismo instante me hacía ver el mejoramiento de la salud del cuerpo y la santidad del alma del Confesor, y ha agregado:“Tú quieres ser apresurada, pero Yo hago todo a su tiempo”. 

                    Después le encomendé las personas que me pertenecen y pedí por los pecadores diciendo a Jesús: “¡Oh, cuánto deseo que mi cuerpo se redujera en pequeñísimos pedazos, con tal que los pecadores se convirtiesen!”. Y besé la frente, los ojos, el rostro, la boca de Jesús, haciendo varias adoraciones y reparaciones por las ofensas que le hacían los pecadores. ¡Oh, cómo estaba contento Jesús y yo también!. Después, haciéndome prometer por Jesús que no me volvería a dejar, he regresado en mí misma y así ha terminado.


Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, “Libro de Cielo”, Vol. 2, 5 de Junio de 1899